Invítame un poema
sobre la fresa de tus labios
y el idilio eterno
de tu nombre con el mío
que vacilan en volver
como si de sed se tratara.
Tus recuerdos han escapado por la ventana
llamándome a despertar
a cada beso
a cada esquina
a cada madrugada.
¿Por qué me llevaste de la mano
a ese extremo de la tormenta?
Si nunca pude volver
y tú eres un manante
que no deja de fluir.
Por favor, amor,
sácame de aquí
que tus canciones sienten la ausencia
y mis ojos te buscan donde ya no estás
como si de vapor se tratara.
Este poema nació un jueves,
sufrió a Lárregui
y agoniza con un vino
bajo cartas releídas
y la memoria ensangrentada.
Nunca debí amarte
porque no era la mentira
sino, la oportunidad
de poder partir
vestida de rabia.
Las dudas me empapan el alma
respondiéndose a sí mismas
con angustia
como si de lluvia se tratara.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
– repetirlo los septiembres que sean necesarios
y no recordarlo más –
Ya no sé, mi amor, qué hacer.
Entre mi añoranza y tus senos
no quedan cenizas,
todas han volado
al azul
como si del mar se tratara.
El vacío no entiende de nada
ni de dolor ni de tristeza,
solo tiene empatía
para cargarme los ojos
de tortura.
Y de nuevo, te vas
y te has ido varias veces
dejándome el café tibio,
la fe en una pendiente
y un aroma entre mis sábanas.
¿Te confieso algo?
Quiero volver.
Pero no al lugar
ni al momento
ni a ti.
Quiero volver al sentimiento,
al verso en limpio,
al corazón sin quebrar
como si de mí se tratara.